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viernes, marzo 20, 2009

BREVE HISTORIA DEL CORAZÓN, tres

La cama de un desconocido no es un lugar en el que quisiera estar mucho tiempo. Por eso siempre que se despertaba en la cama de un desconocido, después de orientarse y comprobar su memoria: quién, cómo, cuándo, dónde, trataba rápidamente de vestirse y marcharse.
Cuando él despertó no encontró nada de ella. Sólo los restos de la ducha. Ni una nota. Ni un beso de despedida. Lo prefería. No recordaba mucho de ella. Ni cómo se llamaba. Ni su número de teléfono. Ni nada. Su mujer llegaría pronto. Tenía que recoger la casa.
Recogió el anillo del cajón y se lo puso en el dedo corazón. Ya estaba preparado para que ella viniera. Podía recibirla sin sobresaltos. Al poner el anillo sintió su pulso en el dedo. Su corazón latía fuerte. Él estaba fuerte. Era capaz de llevarse a una mujer de un bar, meterla en su cama y hacerle el amor.
Con esas aventuras su corazón palpitaba más fuerte. Le duraba una semana. A veces, si la experiencia era fuerte, dos. Después su corazón volvía a su ritmo lento habitual. Veía a su mujer, le hacía el amor, pero su corazón no terminaba de arrancar, de romper a sudar.
Al principio su mujer podía poner su corazón a 190 pulsaciones con sólo desnudar un hombro. Pero la costumbre fue deteniendo su corazón. Gracias a Dios el resto de su cuerpo funcionaba perfectamente. Ahora su corazón latía despacio.
No pensaba en dejarla. Ella era la costumbre. El refugio del guerrero. Mientras podía hacer y deshacer, conseguir mujeres. Como aquella mujer que conoció en el metro. Dijo ser azafata. O la guapísima holandesa, la primera que llevo a su cama.
Su mujer llegó a la hora prevista. Él le tenía preparado un buen recibimiento. Cena fuera. Alegría. Atención. El corazón de ella sí que latía fuerte por él. Le amaba. Mucho todavía. Por eso aunque se le presentaran oportunidades, tentaciones, no cedía. Amo a mi marido, no gracias. Y se iba a su habitación a soñar con su marido. O a soñar que lo hacía. Dependía de su fuerza, de la fuerza de su corazón.
Se besaron con pasión. Bienvenida. Te he echado mucho de menos. Sin ti estoy muy solo. No sé qué hacer. Mi corazón te echa de menos. Mi cuerpo te echa de menos. Yo te echo de menos. El corazón de ella volaba. Vio estrellitas en el cielo.
Como todos los días cogió el metro. Era aburrido. Al llegar a casa le esperaba su compañera de piso que llevaba varios días llorando por un amor. Ella no lloraba por amor. Parecía de piedra. La idea de no ir a casa le pareció la mejor. Se paró en una cafetería a hacer tiempo.


Anillos. Para el corazón.

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