Publicidad

domingo, marzo 15, 2009

ILSA Y RICK

A la puerta del avión Ilsa se dio la vuelta para mirar a Rick. Él duro, fumaba su cigarro, impasible, viéndola irse como quien ve llover. Roto por dentro. Pero dura por fuera. Rocoso e imperturbable como una montaña.
Mirando la pantalla ella lloraba. Ilsa y Rick se despedían otra vez. “Si no subes a ese avión lo lamentarás. Tal vez no ahora. Tal vez no mañana. Pero lo harás durante toda la vida.” Él luego decía la frase “Siempre nos quedará París” la música subía, había un beso. Ella lloraba y lloraba.
El avión partía y Rick se quedaba con su sarcasmo y el gendarme. La vida es dura. Las cosas pasan. Ella lloraba y lloraba como si fuera la primera vez que lo viera, como si fuera la primera mujer que lloraba viendo la escena.
A su lado él pensaba que vaya gilipollas era el tipo ese. Nunca hubiera dejado que ella se fuera. Era guapísima. ¿Cómo la había dejado irse con otro? ¿Eso era querer? No entendía tampoco que ella llorara. Le dijo un par de palabras de consuelo y la besó. Las palabras eran una excusa para besarla. Preparaba el terreno para la noche.
Verdaderamente, seguía pensando, el Rick este era tonto. Dejar a esa mujer. Y con el viejo aquel. Él no dejaría a una mujer en manos de otro ni de coña. Ya podría ser quién fuese. Y una tía buena ni loco. Él se hubiera ido en el avión. O se la hubiera quedado allí con él. Los dos felices.
Luego pensó que si se la hubiera quedado hubiera tenido que casarse con ella. O vivir con ella. Y dejar a las demás. Menudo rollo. Eso no era de hombres. Iba entendiendo más a Rick. Ahora podría dedicarse a todas las demás. Bien visto era un gran plan. Dejar a Ilsa para luego, para el futuro y mientras ser un duro y un infeliz, que eso vendía para las demás. Ese papel le venía bien. Lo aplicaría en el futuro para conseguir mujeres.
Ella se revolvió en el asiento. Sentía pena. Él no la abrazaba. Y lloraba. Tenía él una sonrisa extraña de complacencia, ¿en qué coño estaba pensando? Desde luego el Rick ese era un tío. Y ella era tonta. No hubiera dejado a un tío así ni loca. Un tío duro, fuerte, dueño de un bar, todas las noches de fiesta. Y ella elegante en el casino con esos trajes de fiesta viendo babear a todos los hombres por ella y acostándose con el jefe y el más duro de todos. Sonrió un poco. Pensó que debía buscar un hombre así. Duro y fuerte.
Se miraron con una sonrisa idiota. Se besaron. Eran Ilsa y Rick, sus caras. Nada más que sus caras. Pensaban, ambos, en los besos futuros que darían a otros labios, otros mejores.

Ilsa y Rick, despidiéndose

No hay comentarios: