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martes, junio 01, 2010

ESPEJO

Supongamos que vamos a comprarnos algo. Supongamos que ese algo es ropa. Supongamos también que conocemos nuestra talla ¿Ya está todo supuesto? Muy bien. Pues vamos la terapeuta y yo a comprarnos ropa. Los patos esperan en el aparcamiento, porque no les dejan entrar y porque nos vigilan el coche. Con ellos ahí no hay quien se atreva a robarnos.

Bueno, pues ella conoce su talla así que coge una camiseta y dice, sí, es de mi talla. Así que se la compra. Yo le digo, antes pruébatela. Más que nada porque es lo que siempre decía mi madre. Así que se la prueba ¿Qué tal? Yo me veo genial, estoy buenísima con ella. Yo pienso, y sin ella. Pero esas cosas, amigo, no las digo.

Así que yo me compró otra camiseta. Que no tiene nada que ver porque nuestros estilos son distintos como un huevo y una castaña. Es decir que se parecen en que son comestibles y nada más. Así que me miro en el espejo y sigo igual de feo, así que hecho, me la compro. Si hubiera estado más feo tal vez me la hubiera comprado. Mucho más feo significa, tío, por Dios, haz algo ya.

Bueno, una vez en casa yo me pongo mi camiseta y me queda mal. Yo lo sé, todos lo sabemos así que no importa. Pero resulta que la camiseta a ella también le queda mal. Pega cuatro voces, tres de ellas a mí, blasfema y se eso en todo lo eso. Así que vuelve a la tienda y se prueba la misma camiseta. Y allí le sigue quedando. Así que tiene dos opciones, quedarse a vivir allí para que siempre le quede bien o romper el espejo. Pero es que da siete años de mala suerte.


Los de aquí están trucados. O algo.

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