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domingo, enero 20, 2013

NADA PERSONAL

Meses después llegaríamos al acuerdo de que en esas llamadas que me hacías cuando no te sentías bien no nos contaríamos nada personal. Tú no dirías que te sentías mal. Yo lo sabía cuando veía en la pantalla del teléfono que eras tú quien llamaba.

En aquel tiempo hablábamos por el teléfono durante mucho tiempo. A veces yo paseaba. Otras estaba tumbado en la cama. Tú me hablabas de un probable negocio de venta de croquetas (yo recordaba el día que te besé a traición y tú tenías la boca llena de croquetas. Desde entonces no las he vuelto a probar). Hablabas también de la poca confianza que sentías en la monarquía. De la ambición de los bancos, del partido al que ibas a votar o de las formas en las que podrías ser feliz. Yo te dejaba hablar. A veces tú te callabas y nos quedábamos los dos un rato en silencio hasta que uno no aguantaba más y decía “ea” o “bueno”. Yo escuchaba paciente y decía aquello que sabía que tú querías escuchar. Lo que te curaba.

Antes, cuando aún no había impuesto esa norma, muchas veces me habías llamado de la misma forma. Usando las llamadas como antisépticos. Eran llamadas curativas. Debían llegar los lunes, pero incumpliste tu promesa de llamarme todos los de aquellos dos meses de verano. Yo aún cumplo la mía de no llamarte.

Todo fue como aquella novela que querías que yo te escribiera. Contabas cosas sin sentido, sin interés: te bañabas durante horas en la piscina; recordabas el golpe con la ventana que te hizo aquella cicatriz bajo el labio, el coche se había averiado, no te caía bien el novio de tu amiga Marina. En realidad contabas tu historia de amor con él. Yo juntaba los episodios que se te escapaban entre tus risas por mis chites o la aprobación a mis ridículas teorías. Una gran parte de las cosas llegaba a saberlas por omisión. En tu última llamada me dijiste que volvías con él. Te felicité sinceramente.

No me llamaste en mucho tiempo. Hasta que no volviste a sentirte mal. Inventé entonces la norma de no contar nada personal. “Cuéntame algo gracioso” – me decías y yo pensaba que no había nada más gracioso que yo curándote a ti. Curando tu amor con él.

Me protegí de ti. No quise contarte mi vida. La tuya la sabía. Tenías problemas con él. Dudas por la boda. Las resolví. Ese “sí” llegó de una de mis teorías sobre la inexistencia del tiempo. Hubo un bache en tu matrimonio (adiviné lo que sucedió, pero no te preocupes, eso tampoco voy a contarlo) lo superamos con una conversación sobre el guión de una teleserie americana.

Ya no me llamas. Yo sé que más que nunca eres feliz. También sé que cuando vuelvas a llamar te curaré de nuevo.




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