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miércoles, julio 02, 2014

CHESTERTON, EL MANÍQUEO

En otras ocasiones hemos hablado de Chesterton en este blog. Y lo hemos hecho de manera laudatoria. Chesterton, rey de la paradoja, escritor prolífico, de imaginación desbordante, creador de personajes únicos y sobre todo de situaciones maravillosas, es, por lo general, un escritor leído y admirado.

Tan leído y admirado que muchos le han dedicado páginas y páginas, bien por su escritura, bien por su conversión al catolicismo militante siendo ya un afamado escritor. En la saga Sandman de Neil Gaiman, Chesterton es el Campo del Violín, una parcela del mundo del sueño especialmente indicada para los buenos sueños.

Pero además de un autor de gran talento y valía, Chesterton tiene también algunos defectos. El principal de ellos es su maniqueísmo. Manipulador genial, Chesterton puede volver toda su paradoja para convencer a sus lectores de cualquier cosa.

Tal vez sea La Esfera y la Cruz una de sus obras que más muestran esa vertiente manipuladora del autor. Dos personajes antagónicos se enfrentan, pero el vivir juntos numerosas aventuras los hace compañeros y amigos. Algo idéntico a la que le sucede al padre Brown, principal personaje de Chesterton.

Estos personajes buscan batirse en duelo por una causa seria: uno es ateo y otro católico convencido. Numerosos diálogos sobre el ateísmo y la fe impregnan las aventuras de los protagonistas. Pero serán sus aventuras las que acaben por unirlos en un final fastuoso.

Detenidos todos los protagonistas de la novela en un manicomio, en una realidad en la que hay que demostrar la cordura y no esperar a que sea demostrada la locura, es Dios en persona el que libra el milagro de salvar al mundo y de acabar con la dictadura de la locura impuesta por Lucifer.

En la escena final todos los personajes, creyentes o no, ateos o creyentes, se prostran de rodillas ante el milagro, quedando claro así cuál es el ganador del duelo. La fe, Dios y el catolicismo lo pueden todo.

Chesterton crea una gran novela de aventuras, pero el final tan maniqueo y manipulador acaba por restarle algo de gracia a la narración. Dios acude al rescate y salva no sólo a los protagonistas, sino también a la novela, y por supuesto hace que triunfe el argumento del creyente.


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