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miércoles, marzo 11, 2015

LA PUERTA DE SYLVIA PLATH


Sylvia Plath, corazón torturado, abrió la puerta de su horno un día frío de marzo y metió dentro la cabeza para no volver más. Se metió en ese horno como quien atraviesa una puerta al más allá, como quien entra en un lugar nuevo y mejor. Como si volviera, incluso, al vientre materno, al estado de eterna felicidad e inconsciencia.

Antes, nos había dejado una obra llena de dolor y personalidad que aún hoy es leída como el manifiesto de una infelicidad díficilmente superable. Plath, autora de la poesía confesional, lo que en España vendría a ser la poesía de la experiencia personal, se cuenta a sí misma en su obra, cuenta su vida y su dolor, y también sus alegrías, su pasión, sus esperanzas.

Antes de meter la cabeza en el horno en un día de invierno en Londres (en Febrero en Londres el horno parece mucho más acogedor que la calle, mucho más acogedor que el metro o el frío o la lluvia), había dejados escritos un buen número de poemas y una novela, La campana de cristal, que también es casi una autobiografía.

Su poesía, que se puede encontrar en español e incluso en edición bilingüe tanto en visor, como en ariel, como en Bartleby, está marcada por su vida: varios intentos de suicidio, internamientos psiquiátricos, dos hijos con un hombre que acabaría por dejarla y un posible trastorno bipolar contraen y elevan su poesía a tonos dramáticos, épicos, tiernos, nimios.

Mito del sufrimiento y del dolor, mujer torturada pero de inmenso talento, Plath inspiró una canción de Ryan Adams, varias películas y sobretodo a muchos autores y a muchas personas anónimas. Con apenas 31 años abrió la puerta del horno y entró en un mundo mejor. Al menos en uno en el que pensaba que evitaría el dolor. 


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